jueves, 27 de octubre de 2011

FRASE DEL MES

Para los antiguos egipcios,
el fénix era un ave legendaria que, consumida por el fuego,
 se levantó de sus propias cenizas
y cobró nueva vida.
De nuestras cenizas, también nosotros
debemos recrearnos e iniciar una nueva vida.

Ann Kaiser Stearns

SANANDO LA RELACIÓN CON LOS PADRES

Por Bertha Vasconcelos
Derechos Reservados © Bertha Vasconcelos
Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso del autor

Es común que nuestros padres nos despiertan emociones ambivalentes. Pueden inspirarnos profundos sentimientos de amor, pero también emociones intensas como el enojo o resentimiento, por lo tanto, puede aparecer también la culpa. No es fácil tratar con nuestros padres cuando sentimos que nos están controlando o manipulando, porque esas conductas nos desagradan enormemente como es natural. Es ahí donde entramos en esa ambivalencia, del padre o madre ideal al padre o madre satanizado. Sentimos que nos elevan o nos hunden con la facilidad de una sola palabra. ¡Ah, esa relación con los padres tan llena de contradicciones y rarezas!
Para sanar la relación con nuestros padres de fondo, es preciso dedicarle un tiempo y poseer una verdadera motivación de lograrlo. Algún día llega el momento de hacerlo, cuando estamos listas para crecer, de dejar de ser niñas y convertirnos en mujeres adultas. Esto puede llegar a los 30, 40, 50, 60 años o nunca…
Podemos empezar por reconocer honestamente los sentimientos que nos inspiran, incluida la impaciencia o rabia cuando hacen ciertas cosas que nos sacan de quicio. Una vez reconocidas esas emociones, es importante validarlas. Somos seres humanos, así que nos enojamos con nuestros seres queridos, incluyendo nuestros padres, aun cuando son mayores. Pero aquí justo es donde comienza el problema, porque creemos que no debemos enojarnos con ellos, como una prohibición que se castiga duramente de hacerlo. Necesitamos cambiar ese paradigma absurdo que enferma el alma. Pero, cuando digo reconocer el enojo no estoy diciendo que vaya a gritarle a su madre y decirle todas las cosas horribles que le ha hecho. No me refiero a ello, sino al hecho de reconocerlo internamente, como poder decirse a sí misma: “Estoy enojada con mamá” o “¡Estoy furiosa porque mamá me dijo que no hable con extraños, enfrente de los extraños, a mis 45 años!”  Si crees que esto le hace daño a tu mamá o a ti, es todo lo contrario, es lo más saludable que puedes hacer.
El siguiente paso es aceptar que mamá y papá no van a cambiar, que así fueron, son y serán. Es preciso dejar de idealizarlos y esperar algo que no llegará. Aquí comienza nuestro crecimiento, cuando dejamos la idea infantil que mamá y papá son perfectos, ideales y “siempre” nos amaron de manera incondicional. La realidad es que nuestros padres tampoco fueron amados de forma incondicional por sus propios padres, y también crecieron con carencias afectivas. El amor humano es imperfecto; la humanidad está aprendiendo a amar y a controlar sus conductas disfuncionales. Solamente personas como la Madre Teresa o el Dalai Lama sean impecables en su forma de amar, no lo sé, pero lo que sí puedo asegurar es que la mayoría de nosotras aun no llegamos ahí.
Ahora que ya reconociste honestamente tus sentimientos hacia tus padres y ya aceptaste que no van a cambiar - que son como son – podrías continuar con identificar aquellos valores que te inculcaron, con los que deseas quedarte y con cuáles no. Al realizar mi propio análisis de valores, me di cuenta que aquellos valores de mis padres que considero positivos y que yo incorporé como míos, se expandieron de tal manera, que pude ver en mí, lo que ellos habían visualizado como mi  vida exitosa. Pero, también me di cuenta que introyecté sus propias fallas, las cuales me han hecho tropezar. Padres perfeccionistas crían hijos perfeccionistas. Por el lado positivo desarrollarán el sentido de responsabilidad, así como estándares de excelencia y calidad en lo que hacen, pero por otro lado, el no estar conscientes de su propio perfeccionismo les conducirá a una auto exigencia tal, que evitarán o pospondrán hacer cosas que les beneficien, incluyendo luchar por sus sueños más anhelados. Recuerdo lo feliz que fui cuando me di cuenta de mi perfeccionismo y comencé a liberarme de su yugo.
También funciona no engancharse, es decir, no responder automáticamente ante las conductas de control, sarcasmos o gritos de los padres. Para ello es necesario, primero conocerse para poder aceptarse (construir una autoestima fuerte y saludable), y así revalorar lo que realmente deseamos para nosotras mismas, que no es necesariamente lo que ellos quieren, aunque haya  temas en común que vale la pena conservar.  
El proceso para sanar la relación con los padres es arduo, sin embargo, estas ideas representan un buen comienzo desde donde partir.
Te deseo éxito en la inevitable tarea de sanar la relación con los padres, si hemos de desear una vida plena y un crecimiento integral como mujeres y seres humanos.
Por Bertha Vasconcelos